Centros de convenciones, campos feriales y edificios de apartamentos convertidos en establecimientos cerrados para cuarentenas. Vecinos que se rebelan con arranques de neurosis a las órdenes de las autoridades de no salir de sus casas que son vigiladas por drones. Grupos de personas que se enfrentan a la policía debido a la escasez de alimentos y separación de sus familiares puestos en cuarentena. Molestas interrupciones en el suministro de alimentos y productos de primera necesidad. Y una lluvia de mensajes y videos clandestinos con denuncias sobre hechos graves.
Así vive Shanghái, la más grande ciudad de China con sus casi 26 millones de habitantes, su ingreso a la cuarta semana de estricto confinamiento debido al brote de la variante ómicron del coronavirus. Todo, fundamentalmente, porque generó la posibilidad de quebrar la controvertida estrategia de “Covid cero” que el Gobierno chino busca imponer a rajatabla. De hecho, no hay muertes y los contagios graves no han sido masivos ni mucho menos. Es más, sotto voce se habla de que varias muertes violentas, entre suicidios y represión, constituyen el saldo más trágico de estos días.
A pesar de semejante escenario, las autoridades aseguraron que la ciudad “no se descuidará en lo más mínimo frente al nuevo brote”. Por ello, prepararon aceleradamente cerca de 100 instalaciones de cuarentena para recibir a todos los casos que sean detectados en las masivas pruebas que se efectúan en toda la ciudad cada día.

Confinados aburridos
La crisis llegó a los propios centros de confinamiento donde fueron trasladadas decenas de miles de personas sólo por dar positivo a las pruebas de detección del virus. La vigilancia impuesta en estos recintos sobre individuos que en miles de casos no reportaron ningún malestar incluye iluminación durante las 24 horas del día y la prohibición de cualquier violación a las normas biosanitarias bajo la advertencia de serias sanciones. Por ello, en los centros, los contagiados se muestran resignados a sumergirse en las pantallas de sus teléfonos celulares durante gran parte del día, salvo algunos momentos de actividad física consentida o baile.
A causa de la propagación de la variante ómicron, esta megalópolis cuyo peso resulta vital para la economía del país por ser su capital financiera, sufre la peor ola desde la originada en Wuhan hace dos años y medio. En las autopistas, parques, plazas y calles desoladas sólo reaparece cierta actividad humana cuando se organizan las masivas evaluaciones de diagnóstico a las que los vecinos son convocados. Entonces, se forman colas más largas de lo normal pues entre cada individuo se guardan espacios de dos metros.
Mientras tanto, entre cuatro y seis comisiones de a cuatro sanitarios totalmente protegidos por trajes asépticos toman las pruebas y definen quién vuelve al confinamiento hogareño y quién debe ser trasladado en ambulancia a los centros destinados a los contagiados. Los casos más dramáticos y polémicos constituyeron la separación de niños que habían marcado positivo en las pruebas.
Normas estrictas
Así probablemente más de 24 millones están confinados. Pero la norma es tácita: todo aquel que dé positivo debe ser puesto en cuarentena por, al menos, siete días. La ciudad registra más de 20.000 casos al día, un número relativamente menor comparado al de muchos países que ya intentan aprender a convivir con el patógeno.
Pero las estrictas medidas de China implican que las infecciones comiencen a salirse de control para las autoridades, que ahora tienen dificultades para encontrar espacio suficiente para los positivos. Pese a la censura que impone el régimen a la libertad de expresión, la masiva reacción ha hecho que se filtren videos en redes sociales que muestran choques entre la Policía y personas forzadas a dejar sus casas para que sus hogares sirvan como lugares de aislamiento para los infectados.
Según los reportes, una gran mayoría de los casos detectados diariamente son personas asintomáticas. Es más, hasta el cierre de esta edición, no hubo muertes reportadas oficialmente en Shanghái durante este brote. Según funcionarios de salud, los casos graves no superan la quincena y corresponden a pacientes mayores con enfermedades de base.
El gobierno reportó, el lunes 18 de abril, 23.460 casos nuevos en el territorio continental chino, de los que apenas 2.742 tenían síntomas. Shanghái suponía el 95 por ciento del total, o 22.251 casos, incluidos 2.420 con síntomas. La ciudad ha reportado más de 300.000 casos desde finales de marzo. Tras semanas de máxima tensión las autoridades comenzaron a suavizar restricciones la semana pasada, aunque un funcionario de salud advirtió que la ciudad no tenía su brote bajo control.
La presión sobre la ciudad para poner el brote bajo control viene desde arriba, con el presidente Xi Jinping advirtiendo este miércoles que las estrictas medidas “no deben relajarse” y proclamando que “persistir es vencer” en un discurso publicado por medios estatales.
Violencia
Los videos conmocionaron a la población de Shanghái porque las leyes chinas sancionan duramente a quienes recurren a la violencia frente a las autoridades. No se sabe de las sanciones que se les haya impuesto a quienes, en medio de la desesperación y el cansancio, finalmente optaron por enfrentarse a las fuerzas del orden, aunque sin llegar a grandes extremos.
Muchos otros están usando aplicaciones de mensajería internas para mostrar su descontento. Lo que ocurre en redes sociales se replica con lo que se ha visto en videos sobre lo que sucede en las calles. Imágenes han mostrado a residentes gritando a funcionarios y policías. Les pedían alimentos y suministros. Otros videos evidenciaron los choques entre la policía y los residentes que fueron forzados a dejar sus casas para que los casos positivos sean puestos en cuarentena.
Diversos centros de exhibición y grandes escuelas también han sido convertidos en instalaciones de cuarentena. Igualmente se han montado hospitales improvisados. Pero ello ha creado más problemas de logística y asistencia. Por ejemplo, el personal de limpieza en los centros de aislamiento no se da abasto y se han multiplicado las quejas sobre la disponibilidad de baños y agua caliente para las duchas.
Dado el volumen de denuncias y reacciones, las estrictas restricciones de China parecen estar causando ahora una visible desesperación en algunos de sus habitantes. Sin embargo, aún no hay fecha establecida para el fin del confinamiento en Shanghái. De principio las autoridades informaron a la población que se preveía un encierro de nueve días, pero cumplido el plazo y ante los reclamos se anunció que la medida era indefinida.
En ciertas zonas el problema más acuciante se va convirtiendo el alimenticio. La mayoría de los negocios de la ciudad cerraron desde el 28 de marzo. Eso provocó quejas de falta de comida y grandes pérdidas económicas. Las personas deben ordenar comida y agua y deben esperar por los envíos del gobierno de vegetales, carne y huevos, pero algunos analistas dicen que muchos se están quedando sin suministros. Los servicios de distribución de alimentos en Shanghái se hallan saturados. El alcance del confinamiento aletargó los servicios de entrega, los sitios web de las tiendas de comestibles y hasta la distribución de los suministros del gobierno.
A medida que pasaron los días, la encerrona empezó a repercutir en otras regiones de China. Las diversas industrias instaladas en Shanghái pararon total o parcialmente. Ello generó que no puedan proveer con materias primas a diversos sectores y negocios del resto del país. Se han anunciado cierres temporales e incluso definitivos en algunos casos.
Oh Redacción
