La temida ola de hambrunas parece aún amenazar al planeta en medio de desesperadas apuestas por evitarla. La guerra entre Rusia y Ucrania alteró marcadamente la provisión de cereales a nivel mundial. Una provisión que ya había empezado a sufrir problemas debido a problemas climáticos y a las consecuencias de las cuarentenas sanitarias relacionadas a la Covid-19.
Los reportes llegan desde diversos continentes. Un vasto reportaje de The New York Times informaba a finales de julio sobre hambrunas que se desataron o agravaron en diversos países de Asía, África y Latinoamérica. Describió, con testimonios e imágenes incluidas, largas hileras de personas que caminan desde sus aldeas durante días por páramos cubiertos de polvo para escapar de hambrunas provocadas por las sequías, así como barriadas y aldeas donde los habitantes se acuestan sin haber comido.
El shock de la guerra en Europa acentuó crónicas tragedias durante casi medio año. Rusia bajó una provisión de cereales que bordeaba el 20 por ciento del total mundial y bloqueó a fuego el 10 por ciento que Ucrania solía aportar. Semejante freno fue aflojado tras arduas negociaciones diplomáticas, mediadas por Turquía y la ONU, a mitad de julio, cuando un barco cargado de grano partió del puerto ucraniano de Odesa, el primero desde que Rusia invadió Ucrania en febrero.
Otros 16 barcos de grano empezaron a salir en los siguientes días, navegando por las aguas minadas del Mar Negro. La expectativa global depositaba en las naves no muy grandes esperanzas en la posibilidad de frenar un maremoto mundial de hambre. Hicieron falta muchos más barcos y una estabilidad del pacto que busca movilizar los 25 millones de toneladas de cereales que se acopiaron en Ucrania y varias otras en Rusia. Valga tomar en cuenta que el barco que partió de Odesa colmado de esta mercancía apenas trasladaba 25 mil toneladas. Pese a todo, hacia mediados de agosto, la provisión ucraniana a decenas de países empezó a casi alcanzar normalidad.

Recuperación al límite
El mercado de los cereales fue encontrando “un punto de equilibrio” y el peor escenario, que había sido alertado como “huracanes de hambruna”, tal y como temía la ONU, resultó, por el momento, evitado. Sin embargo, los precios continúan siendo muy elevados, tal cual han señalado diversos análisis.
Tras desatarse la guerra, el 24 de febrero, las cotizaciones del trigo se dispararon hasta llegar a cerca de 440 euros la tonelada en el mercado europeo a mediados de mayo, el doble que un verano antes. Mientras tanto, el tráfico mercante estaba prácticamente paralizado en el mar Muerto. Pero en agosto, tras el acuerdo ruso-ucraniano y la habilitación de varias vías alternativas, habían vuelto a caer hasta los 330 euros.
“Seis meses tras la invasión rusa, es casi una vuelta a la casilla de salida. Los mercados han aprendido a vivir con la crisis. La relajación comenzó a finales de mayo y principios de junio con las primeras estimaciones de producción tranquilizadoras en Europa y la reanudación de las exportaciones de Ucrania, primero por carretera y ferrocarril, luego por mar”, declaró Gautier Le Molgat, analista de Agritel a la agencia noticiosa AFP.
A su vez, un alto responsable del departamento de Estado estadounidense anunció que Ucrania logrará “exportar casi cuatro millones de toneladas de productos agrícolas en agosto”. Es decir, se acercará a los cinco millones mensuales que exportaba antes de la guerra.
El riesgo persiste
Pero aún cuando toda la colosal cantidad acopiada sea enviada al planeta el daño no logrará ser reparado ni la crisis, ya antes desatada, atenuada del todo. El propio secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, adelantó en julio que esta crisis podría durar años. Las guerras (especialmente la de Ucrania), el colapso económico causado por la pandemia de Covid-19 y los climas extremos agravados por el cambio climático sumaron el fatal detonante de hambrunas, al restar la base de la dieta normal para cualquier humano, el “pan nuestro”. Esa suma de factores ha impedido que otros países, como Argentina, EEUU o Canadá, compensen el bajón.
Informes del Programa Mundial de Alimentos de la ONU calculan que 50 millones de personas en 45 países están al borde de una hambruna. En los 20 países más afectados, es probable que esa situación empeore sustancialmente hacia octubre o noviembre. Ese sufrimiento es la manifestación extrema de la expansión del hambre. En todo el mundo, unos 828 millones de personas —más de una décima parte de la población mundial— estaban desnutridas el año pasado, la cifra más alta en décadas, según estimó recientemente la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura. De ese total, 345 millones viven en condiciones de hambruna.
La guerra en Ucrania básicamente exacerbó el problema porque Rusia bloqueó los puertos de su contendiente en el Mar Negro. Ucrania era un importante exportador de trigo, cebada, maíz y aceite de girasol. Ambos países suministraban alrededor de una cuarta parte del trigo del mundo. Ese problema añadido desató los meses de agobiantes negociaciones que llegaron al acuerdo para reanudar los envíos de alimentos que se habían vuelto urgentes, debido a los informes sobre el aumento de los precios de los alimentos y el incremento del hambre.
Rusia y Ucrania se comprometieron a preservar un corredor desmilitarizado para que los cereales fluyan hasta diversos países. Pero el pacto ha tambaleado varias veces desde que fue rubricado. De hecho, a poco de la partida del primer barco ucraniano, Rusia bombardeó justamente la ciudad portuaria de Odesa. Horas más tarde los voceros de Moscú señalaron que habían apuntado a objetivos militares y no a la línea de suministro de cereales. Pero aquel ataque de suyo ralentizó la dinámica de navegación y las esperanzas de conseguir empresas que corran el riesgo de trasladar esta carga cada vez más valiosa y vital para cientos de millones de personas.
Zonas críticas
Según el reportaje de The New York Times, los expertos en ayuda dicen que no está claro cuánto del grano ucraniano llegará a las personas hambrientas en lugares como el Cuerno de África, donde una sequía de cuatro años ha hecho que 18 millones de personas tengan que enfrentar condiciones de hambre severa, o a Afganistán, donde más de la mitad de la población no come lo suficiente.
Desde que los talibanes retomaron el poder en Afganistán hace ya un año, se desató un colapso económico. El fantasma de una hambruna masiva amenaza a varias regiones de aquel país y son escasas las esperanzas en que el régimen sepa enfrentar el problema ya sea sólo o apelando a ayuda internacional. Mientras tanto, una crisis crónica tiende a agravarse en Yemen. Allí, desde hace varios años, cerca del 60 por ciento de la población depende de la ayuda extranjera para su alimentación. Pero la actual crisis incrementó la cantidad de necesitados, mientras que la ayuda se mantuvo en su misma magnitud.
Hasta 2016, el mundo estaba adecuadamente encaminado a eliminar el hambre, meta que se suma a la lista de objetivos fijados por la ONU, en su cumbre de 2015, para el año 2030. Entre 2005 y 2014, la cantidad de personas desnutridas, según la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por su sigla en inglés), pasó de 806 millones a 572. Parecía que el ambicioso objetivo de eliminar este grave problema en el plazo fijado estaba cerca.
Pero gran parte de ese progreso provino de China e India, donde los auges económicos sacaron a decenas de millones de personas de la pobreza. En África, donde el 20 por ciento de las personas se enfrentan al hambre, el progreso avanzó con una lentitud cercana al estancamiento. La cifra del hambre mundial se estabilizó durante varios años, hasta que en 2019 se disparó.
Primero armas y plata
Las guerras y los fenómenos meteorológicos extremos fueron los principales impulsores: una serie de conflictos en África y Medio Oriente, así como ciclones, sequías y otros desastres naturales que azotaron una serie de países vulnerables, en su mayoría los que estaban cerca del ecuador. Luego, en 2020, llegó la pandemia de Covid-19 que afectó los medios de vida y provocó que los precios de los alimentos aumentaran.
La cifra de personas en condiciones de hambre, recopilada por la ONU, volvió a subir el año pasado ubicándose en más de 828 millones. Vale decir que la proporción de personas hambrientas en el mundo mantiene aún una baja del 12 al 10 por ciento, en el último lustro. Pero la tendencia podría hacer que la victoria que el planeta iba alcanzando se esfume en los siguientes años.
Alrededor de 13,5 millones de niños en el mundo están “gravemente afectados”, según Unicef, la agencia de la ONU para la infancia. El costo de salvar una sola vida es modesto: alrededor de 100 dólares para garantizar alimentos de alto valor nutritivo, dice Unicef. Una crónica paradoja constituye el hecho de que ni los gobiernos de las grandes potencias ni los megamagnates de las grandes transnacionales han aceptado propuestas para aportar también modestas donaciones que permitan superar holgadamente esta tragedia humana.
Expertos de Naciones Unidas aseguran que solo se necesitan 160 dólares por persona al año para minimizar la extrema pobreza. Si se multiplica por los 828 millones que están en esa frágil categoría, la cifra llegaría a 132.480 millones de dólares, cantidad suficiente para minimizarla. Una cantidad que equivale a 6,6 por ciento del gasto mundial en armas o a un impuesto que no supera un dígito a las fortunas de las 100 o 150 personas más acaudaladas del planeta.
Expertos de la ONU han asegurado que se necesitan 1,5 billones, es decir, sólo 11 meses de esa inversión para erradicar la pobreza humana para siempre y para que los más necesitados pueden tener a su alcance programas de alimentación, salud y educación.
Oh Redacción
