Por 14 años, Evo Morales vivió en la residencia presidencial de Bolivia.

Ahora, para encontrarlo, hay que conducir cuatro horas por terreno montañoso hasta una pequeña ciudad llamada Lauca Eñe, pasar un puesto de control y llegar a un complejo en el bosque, donde varios simpatizantes lo protegen de la detención.
Morales, socialista, exactivista y dirigente sindical, se convirtió en una figura destacada como el primer presidente indígena de Bolivia. Desde su primer mandato en 2006, reconfiguró el panorama político dándoles voz a los bolivianos marginados y destinando recursos a programas sociales y proyectos públicos.
Pero la candidatura de Morales para un cuarto mandato acabó en unas elecciones controvertidas, disturbios y una huida al exilio temporal. En vísperas de la primera vuelta de las elecciones presidenciales de Bolivia, que se celebrará el domingo, está dirigiendo una especie de campaña fantasma, a pesar de que los tribunales bolivianos le han prohibido volver a postularse, alegando los límites a los mandatos.
También se le busca para su detención, acusado de trata de personas y de haber dejado embarazada a una niña de 15 años cuando era presidente. No ha negado las acusaciones ni que engendrara un hijo con ella. La acusación tampoco ha mermado su apoyo entre muchos bolivianos.
“Se ha ganado el respeto de la gente”, dijo Edith Mendoza, de 40 años y madre de tres hijos en Isinuta, en el centro de Bolivia. “Es el único presidente que ha estado con nosotros”.
Al igual que Morales, calificó las acusaciones contra él como motivadas por la política.
“Los partidos opositores que no lo quieren habilitar porque saben que va a ganar Evo Morales”, dijo. “Tienen miedo”.
El actual presidente, alguna vez protegido de Morales y ahora rival, no se postula a la reelección en las próximas elecciones. Otro político de izquierda, el presidente del Senado, Andrónico Rodríguez, se presenta a las elecciones frente a un rico empresario de centro-derecha, Samuel Doria Medina, y un expresidente conservador, Jorge “Tuto” Quiroga.
Morales, a quien se le ha prohibido volver a postularse, ha instado a sus partidarios a anular su voto en señal de protesta, un llamamiento que sus exaliados políticos de izquierda consideran una estratagema egoísta que podría inclinar las elecciones hacia la derecha.
“Él si no es candidato, nadie más puede ser candidato”, dijo Luis Arce, actual presidente, a quien se le conoce como Lucho y es miembro del partido político de izquierda Movimiento al Socialismo. Dijo que Morales hacía intentos “por interés de desgastarnos, de que yo no sea candidato, de que el MAS no tenga opción de gobierno”.
Bajo el argumento de que sigue siendo el mejor candidato para dirigir Bolivia, Morales se ha rodeado de sus leales más devotos en su complejo.
“No es cuidar a Evo”, dijo Morales en una entrevista esta semana. “Es cuidar nuestro proceso y cuidar la región”.
En el corazón del enclave, entre tiendas de campaña, hay un edificio de oficinas desgastado con un modesto despacho: el cuartel general del expresidente, desde donde emite semanalmente un programa de radio político. En las paredes cuelgan fotografías de Morales con otros líderes políticos de izquierda de la región —Hugo Chávez de Venezuela y Fidel Castro de Cuba— junto a trofeos que celebran su labor como líder del sindicato de cultivadores de plantas de coca de Bolivia.
Su primera victoria en 2005 fue la culminación de décadas de movilización de la población más marginada de Bolivia, dijo Arce.
“Todos quienes habían sido discriminados, quienes habían sido excluidos de la sociedad y que ahora, en lugar de ser excluidos, tomaban el gobierno”, dijo. “Reducimos la pobreza, reducimos las desigualdades”.
Morales cumplió tres mandatos, convenciendo a los tribunales para que le permitieran postularse una tercera vez mediante un vacío legal. Pero su candidatura para un cuarto mandato en 2019, que los críticos calificaron de inconstitucional, terminó con protestas masivas en su contra y una represión de seguridad que causó decenas de muertes y sumió al país en una crisis democrática.
En medio de acusaciones de fraude electoral, Morales abandonó brevemente el país.
Cuando se convocaron nuevas elecciones en 2020, Morales eligió a Arce, su antiguo ministro de Economía, como candidato del MAS. La victoria incontestable de Arce parecía marcar un traspaso pacífico del poder y un momento de esperanza después de tanta agitación.
Desde entonces, esa promesa se ha desvanecido. Los problemas económicos —insuficiencia de combustible, una inflación elevada y escasez de dólares estadounidenses— provocaron protestas, mientras Morales y Arce se dividían en una amarga lucha por el control de su partido.
La agitación le ha costado a Morales apoyo a lo largo de los años. Romina Solano, estudiante de derecho de 33 años de Cochabamba, dijo que había votado por él en anteriores elecciones, pero que ahora apoyaba a Doria Medina.
Criticó a Morales por buscar un cuarto mandato. “Eso fue el primer golpe porque me di cuenta que él no aceptaba que estamos en democracia en Bolivia”, dijo.
Más tarde llegó a creer que los avances económicos de Bolivia se debían en gran medida al auge de las materias primas, no a su liderazgo.
“Pensaba que era por un buen gobierno, cuando no”, dijo. “Fue un golpe de suerte”.
Morales se describe a sí mismo como víctima de una conspiración y afirma que el presidente, el Senado, los tribunales y los políticos de derecha están impidiendo su candidatura en “un golpe del imperio al pueblo”.
También acusa a Estados Unidos — “el imperio”, como él lo llama— de injerencia, afirmando que ayudó a financiar su destitución en 2019.
“Aquí, lamentablemente, no hay democracia”, dijo. “No se respeta las instituciones. Hay una persecución total. Estamos como en tiempos de las dictaduras militares”.
Morales aún conserva cierto apoyo entre los votantes y los miembros del MAS, partido que abandonó el año pasado. Las encuestas del año pasado muestran que su apoyo ronda entre el 12 y el 18 por ciento, aunque puede ser mayor en las zonas rurales, donde no llegan las encuestas.
Sostiene que si todos los votos en blanco, nulos e indecisos fueran para él, encabezaría las encuestas.
En su opinión, el MAS no es nada sin él.
“El plan es que Evo no tenga sigla”, dijo.
Morales también minimiza la causa penal contra él. La mujer, que ahora tiene 20 años, no ha presentado cargos. Su abogado dijo este año que ella cree que el gobierno la estaba utilizando en su disputa con Morales, y presentó una declaración ante el tribunal en la que decía que no era víctima ni de trata ni de estupro.
Al preguntarle por el caso, Morales dijo: “Si no hay víctima, no hay delito”.
Aun así, cuando Morales sale de su recinto, se desplaza hasta a una velocidad de 145 kilómetros por hora, zigzagueando entre el tráfico para evitar ser capturado, según un miembro de su equipo de seguridad.
Tiene una agenda repleta, apareciendo en actos regionales para reunir a sus partidarios como si estuviera haciendo campaña. Esta semana, unos conductores de motocicletas desplegaron banderas bolivianas e indígenas en sus vehículos al unirse a su caravana. Las multitudes se reunían, tomaban fotos, lo abrazaban y coreaban su nombre.
Cuando se le preguntó si habría hecho algo distinto en estos años, Morales no dijo nada directo. Pero dejó claro que no volvería a abandonar Bolivia.
“Todos dijeron: ‘Evo se va a escapar a Cuba, Venezuela’”, dijo. “Yo batallar acá, no tengo nada que perder. Solo, imperio y gobierno de Lucho de la derecha: no me maten. Solamente quiero eso”.
The New York Times
